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El ébola en Ikoko-Impenge, Bikoro

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El nacimiento en un lugar u otro del mundo, puede determinar una suerte u otra. El ébola, en Ikoko-Impenge, en Bikoro, puede ser tu sentencia de muerte.

El Ébola en Ikoko-Impenge

Imagínense que vienen al mundo, no dónde lo han hecho, sino que tengan la mala suerte de nacer en Ikoko-Impenge. Una aldea de la ciudad de Bikoro, en la República Democrática del Congo, hablo del continente africano. Eso sí, en este mismo planeta en el que vivimos tú y yo, ahí mismo.

Pues eso, por un momento empatizamos y nos creemos todos que tuvimos la mala suerte de nacer allí. Y digo mala suerte pudiendo decir la desgracia, o ubicar esa situación como lo peor que nos pudiera pasar en la vida. Y ya está, nos tocó, nacemos en Ikoko-Impenge, y caramba  que panorama más negro, y no solo por el color de la piel que nos tocó en suerte, sino por haber nacido en lugar gafado por el destino.

Si miramos desde el aire parece solo bosque, pero realmente está todo minado de pequeñas aldeas, de vida humana. Y como en todas partes se buscan la vida, practican la pesca, la caza, elaboran aceite, recolectan miel… Miren, por intentarlo que no sea, ellos lo intentan, pero la cosa no sale para adelante, siempre en la miseria en la desidia más absoluta, y la enfermedad terrible enfermedad.

El ébola responde al contacto

Parece que la primera persona que falleció en el último brote de ébola, el mayor de la historia, fue un niño de dos años de edad de un pueblo remoto de Guinea, en 2014. Ahora, tiempo después, ha resurgido un nuevo brote de ébola en Ikoko-Impenge. La bestia letal vuelve a abrir sus mortales fauces. Una bestia que no se sabe de dónde salió en sus comienzos, bueno, o sí, seguro que hay quién sabe. 

Recuerden, somos seres humanos de piel negra, nacidos en Ikoko-Impenge. Allí donde la miseria campa, donde no hay luz, ni cobertura telefónica, ni otras muchas cosas de esas que al primer mundo le sobra. Por no haber, no hay ni una bicicleta, que es el medio para desplazarse, el que les sirve para estar comunicados. Eso sí,  lo que sí existe es un centro de salud, bueno, así lo llaman. Atienden, en ese lugar, dos cuartos cosa menos parecida a nada sanitario, a más de diez mil personas – seres humanos como tú y yo – . Se pueden hacer una idea de donde estamos en nuestro empatizar.

Pues he ahí que en mayo de este año (2018), en este lugar donde hemos tenido la mala suerte de nacer, aparece el primer caso de ébola. Y este ha sido el  último brote detectado desde 2016, madre mía, esto es sacarse la lotería de la mala suerte, sin jugar, o según como se mire, estas pobres gentes tienen todos los números.

Abandonados por miedo

Y seguimos empatizando. ¿Saben lo que pasa? pues que por miedo al ébola, nadie se nos acerca, literal, hasta las caravanas que surten de alimento pasan de largo. Nadie nos compra nuestros productos, nadie nos quiere por cerca… estamos dejados de la mano de la muerte segura. Y ya está, nos preparamos a divisar la muerte en la curva de ahí en adelante, porque el resto de la humanidad mira para otro lado y ni nos ven.  Mientras, plagas exterminadoras que nos matan a puñados no tienen sentido de existir aquí, únicamente han podido traerlas esos mismos seres humanos más avanzados  que ahora nos abandonan.

Yo no sé ustedes, pero yo no quisiera verme, y realmente no puedo empatizar con los seres humanos de Ikoko-Impenge. No puedo porque yo vivo en mi zona de confort, donde mi centro de salud está equipado adecuadamente, donde una bicicleta la tiene cualquiera,  donde la vida humana se protege por lógica y por ley.

Se acabó el simulacro, se acabó empatizar, ahora podemos seguir con nuestra cotidiana vida en este primer mundo. Pero si acaso, y tenemos consciencia, no debiéramos olvidar que al tiempo que nosotros bien vivimos, existe por el mundo mucha gente – seres humanos – mal muriendo.

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