La Navidad de Luces apagadas.
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No eran como Las Navidades de cada año
Y entonces, como cada año desde que tengo memoria, llegó la Navidad. Fue entrando despacito, con los anuncios de perfumes en la televisión, y de seguido los de juguetes, como siempre. Pero no sé por qué estas no eran como Las Navidades de cada año… algo raro les veía yo, como cada año no eran, seguro. Era una Navidad de luces apagadas.
Y ahí estaba la causa, lo que me dio la certeza del hecho. Las luces, los alumbrados tenían un brillo diferente, tenían ausencia de destello, de albores luminiscentes, de sentimiento.
Desde luego este año no tenían la misma fosforescencia luminaria los verdes, azules y rojos “aplatinados”. Ese tono refulgente que se tercia a color platino-nube en el contorno de cada haz de luz. Y es que este año, las luces solo eran eso, luces. Luces de colores como aquellas que encendía Marcos cada día del año en su bar.
Buscando el brillo con otra mirada
Y nada, yo miraba las luces buscando aquel centelleo, pero nada. Incluso me fui, viajé, me alejé, vi otras relindas luces al otro lado del mar, pero nada. Busqué hasta en el cielo, y a través de aquella minúscula ventanilla, ni el parpadeo intermitente y único en la oscuridad de aquella bóveda, ni el rojo avizor de que la máquina volaba en plenitud, nada.
Entonces me empecé a preocupar
Encendía cada día las luces del árbol, comía turrón, daba abrazos fraternos desde el corazón, respondía plena de deseo ante cualquier persona que me felicitaba, pero nada. Nada del lucir de las luces, nada en mi presencia de la Navidad verdadera, nada.
Pero no se crean, ni tiré la toalla ni deje de mirar por las esquinas. Seguí en busca de aquel resplandor en cada luz que me encontraba en el camino. En cada calle, en cada árbol, balcón o tejado, en cada puente, torre o fachada iluminado o iluminada, y nada.
Recordé entrañable a los que se fueron pero que estuvieron, y los eché de menos, y lloré su ausencia con su vívido recuerdo, y nada. Escuché La Palabra, sí, La Palabra, y hasta recé por la vida de todas las vidas, rece por las almas, por la mía y por todas las que venían a mi mente, y nada.
Hice de todo
Vi un bautizo, visité mi lugar favorito en la montaña, hablé con amigos lejanos, comencé a finalizar etapas, lloré desconsolada ausencias, y también partidas esperadas, y nada.
El espíritu de mi Navidad agitaba la zozobra de luces, pero eran desangeladas; como frías, sin gracia, opacas, sin alma. Pensé incluso si era Unelco (Compañía Eléctrica de Canarias), para ahorrar contaminación lumínica digo, o algo así. Pensé, quizá fueron ellos que le dieron al mando, ellos los que han puesto las luces enlutadas.
Al final como todo, la respuesta está donde menos lo esperas
Pero no era nada de eso, de eso no era nada. Porque lo que yo andaba buscando no se encuentra en lo que se ve, más bien se encuentra en la persona – “ser humano” – que se aplica a mirar, a buscar. En el observador y lo que este siente por dentro, en los adentros de su alma.
Y entonces miré para adentro y busqué el “aplatinado” luminiscente en las grietas de mi desgana. Encontré muchas cosas; ausencia de quien fue presencia, miedo de tener miedo, la voz de mi conciencia, las prisas, los olvidos, los errores, decepciones y demás penas. Encontré de lo humano las miserias.
No tenían ningún defecto las luces que eficientes, con el tintineo del reflejo daban brillo. Y La Navidad, igual que cada año, poniendo alegría en las calles, las casas, las almas. La fiesta en bullicio contenido por la pronta llegada de la esperada celebración. Y la gente se daba abrazos, comía y brindaba, todo el mundo de compras, visitas, preparativos… Todo normal, todo como dicen, como Dios manda.
Lo que es no se puede cambiar
Y es que no era lo de fuera era lo de dentro, era cosas del alma. Era yo, y esta manía mía de ponerme de vez en cuando unos lentes diferentes. Y sin saber por qué, me ponía las gafas de la nostalgia. Esas que no dejan pasar la luz, solo la apatía, la tristeza, la añoranza…
Y me las quité, vaya si me las quité, y miré el horizonte hasta lo más lejos que alcanzaba. Y vi el futuro, el presente, vi hasta lo que ya no se puede cambiar ni aunque me empeñe, lo que fue no lo cambia nada.
Después decidí ponerme otras gafas, más acordes a la realidad del instante, ese segundo efímero que hace de la vida valiosa por lo que es, no por lo que fue o por lo que será. Y vi mi propia salud y la de los demás, vi amor en mis seres queridos, vi este planeta, vi la vida, con eso y la conciencia de saberlo valorar, me vine arriba.
Lo que rodea es importante, pero realmente lo que marca la diferencia son los adentros de cada uno, de ahí parte el resultado de casi cualquier encuentro en nuestras vidas. Ni otro tiempo, ni otro momento, este, este es el momento para todo, también para la ilusión y la esperanza.
Felices Fiestas.