Jeff Koons. Cosas de arte y accidentes fortuitos
Contenidos
Jeff Koons. Cosas de arte y accidentes fortuitos
Imagínense en una exposición de arte, pero no de cualquier artista, de uno de los más cotizados del mundo. Uno que tiene en su cache bagatelas de 50 millones de dólares. Imagínense por ejemplo que se llama Jeff Koons. Pues como somos humanos y es evidente que los accidentes fortuitos ocurren, Jeff Koons, su arte y los accidentes fortuitos, tienen su historia.
Las cosas suceden y no hay marcha atrás
Pues bien,imagínense que estamos en Amsterdam, en la clausura de una de sus exposiciones. Su obra magna del evento, una esfera de aluminio pintada de azul. La bola, como si dijéramos, da sensación de que está incrustada, aunque realmente descansa sobre un soporte. Este soporte sobresale de una réplica del cuadro «Virgen con el niño», del pintor renacentista italiano Pietro Perugino. Nada como verlo en la imagen.
Pues vamos a que sin querer, por supuesto, golpeamos fortuitamente la esfera, la desplazamos del soporte y ¡zas! al suelo, hecha pedazos quedó. Pues eso le pasó a un visitante de la exposición que se encontraba en la clausura. Yo me muero, me pasa eso, y me muero de la pena, del dinero ni hablo, tendría que vender mi alma. Pobre visitante, y pobre artista.
No sé si será gafe o accidente
Curiosamente leyendo sobre las andaduras de este artista descubrí otras curiosidades. Supe que casualmente, unos años antes en un evento de diseño que se celebra en Miami, le pasó algo parecido. Parece que una escultura de perro de globo suya, que formaba parte de la exhibición, se cayó de su base y se rompió. En esa ocasión simplemente se cayó sola.
Que cosas le pasan a este hombre, aunque en realidad lo más normal es que a todo el mundo le haya ocurrido algo fortuito, digno de borrar de sus anales. También he conocido personas que atraen los accidentes como imán a cuchillo.
La Anécdota. ¿Existen personas gafadas?
Hace unos años, una compañera de trabajo que tuve, me contó de un percance que le pasó a su madre, y que viene al caso estupendamente. La madre de mi compañera, todo hay que decirlo, siempre se destacó por su innata torpeza. Es decir, no es que la mujer lo hiciese adrede, ni mucho menos, pero a menudo tenía accidentes un poco extraños e inusuales. Al parecer, y según contaba ella misma y su propia hija, esa había sido su tónica de vida. Me supuse que la buena señora, que era muy tranquila, un día aceptó su sino, porque cuando le pasaban las cosas se lo tomaba con resignación.
La historia se sucedió en una ocasión, por la fiesta del pueblo, allá por el norte de Tenerife, salió la mujer con idea de visitar al santo patrón. Era de obligado ritual hacer acto de presencia en la iglesia. Lo primero rezar al santo, y luego admirar el agasajo floral y de vestimentas. Por esos días de fiesta patronal, convertían el templo, en un interesante museo de obra sacra. Y es que además de las flores, los ropajes, cortinas y otros detalles, sacaban todos los abalorios pertinentes. Objetos de metal en plata y bronce, únicos algunos, veleros, candiles, candelabros…
Todo aquello se colocaba de manera estratégica decorando el acceso al altar principal. También, ponían para curarse de imprevistos desagradables, un cordón con unos soportes haciendo de barrera. Era evidente ya de lo imprudente que era pasar por aquel despliegue de objetos valiosos e importantes. Pero para que a nadie se le ocurriera la idea se colocaba aquella simbólica barrera.
Terribles consecuencias
Pues sí, lo que se están imaginando. Nadie sabe por qué la desafortunada, saltándose el cordón, se acercó a las piezas. Yo no les digo más que aquello terminó como el rosario de la aurora. Mientras les cuento la anécdota no puedo parar de reírme, aunque cuando aquello nadie se río durante mucho tiempo. La infeliz provocó una especie de efecto dominó, fueron cayendo al suelo uno tras otro todos aquellos adornos. Muchos de ellos se partían, otros perdían trozos… Mientras, nuestra protagonista, al intentar parar la hecatombe se tropezó, terminó la infeliz rompiéndose una pierna, y fue hospitalizada unos días.
Miren, han pasado ya de aquello muchos años, y aún sigue pendiente encontrar una réplica de una de las piezas, si aparece, la familia deberá pagarla. Sobra decir que también tuvieron que monetizar los destrozos porque el lugar no estaba asegurado.
La señora se curó y todo quedó en una carísima anécdota. Con el tiempo nos reímos al recordar el desastre, y yo no he olvidado nunca aquello, ni que un accidente fortuito puede suceder. No obstante, también me cuestiono cosas; ¿Dónde acaba el accidente fortuito, y dónde empieza el gafe?.