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Ser emigrante en tierra extraña: un sufrimiento añadido

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Debe ser duro, muy duro, eso de tener que emigrar a la fuerza de tu país porque no te queda de otra, un trago amargo, duro y amargo.  Y como sales a la buena de Dios, te puedes encontrar con cualquier cosa. Tendrás que lidiar con buena gente y mala gente, con derechos y explotación, con suficiente y con escasez. En definitiva, con cualquier situación de vida imaginada o que nunca llegaste a pensar…  Un drama que se repite y se repite: el de ser emigrante en tierra extraña. Un tema que para nada es baladí.

Canarias, puerto de llegada… y de partida… 

Últimamente, y muy a pesar de virus mortales que se empeñan en trastocar vidas, hay seres humanos que arriesgan las suyas propias en busca de otras. Son casi incontables las pateras que han arribado a las costas canarias los últimos meses. Auténticos dramas reales de seres humanos que empiezan a generar pequeños focos de rechazo, afortunadamente «pequeños. Y es que, olvidamos muy rápido. Canarias fue patria de inmigrantes. Y para nadie es un secreto que a día de hoy lo sigue siendo, aunque con menos afluencia. Pero a la vez, también es un hecho que hay muchos canarios morando en otras tierras en busca de un porvenir, y yo personalmente conozco unos cuantos. 

Emigrantes legales y no tan legales

Y es que como digo, esta tierra ha sido y es, puerto de partida, pero también lo ha sido y sigue siendo, puerto de llegada. Y bueno, siendo así, podríamos distinguir dos tipos de migrantes. 

Aquellos que en un  intento por vivir la vida de Occidente, o por vivir dignamente simplemente, arriban a cualquier playa de Canarias. -Si tuvieron la gran suerte de no morir en el intento-. Ellos… mujeres, niños, hombres, son ilegales, y llevan un protocolo de atención primaria y de seguimiento especial. En muchos casos son devueltos a sus países. En otros casos son trasladados a otras regiones de España. Otros son acogidos hasta su mayoría de edad, y los hay que consiguen contratos de trabajo y se quedan…

Pero también está esa otra clase de inmigrantes: los que entran legalmente en el país. Son los que vienen con permiso de residencia temporal. Los que tienen consanguineidad en la tierra, o incluso los que ya vienen con contrato de trabajo…

Personas, más allá de fronteras

Yo les hablo de esta tierra pero supongo que más o menos en todos lados será parecido, en todos lados hay normas de inmigración, en todos lados hay fronteras insalvables sin los debidos permisos, y aun con ellos tampoco puedes pasar. 

Cual si los países fueran pertenencias privadas de personas o entidades. Cual si las personas fueran desechables, y se debiera hacer caso omiso a sus ansias de vivir, a sus necesidades de supervivencia que no encuentran al otro lado de ese borde.

Pero no me voy a meter en ese berenjenal que no entiendo, el de las fronteras que son muros infranqueables, el de los bordes que establecen la suerte de cada uno al haber nacido aquí o un poco más allá.

La otra cara de ser emigrante en tierra extraña

No es baladí la cosa, la persona que sale de su tierra por obligación, por necesidad, vive una odisea tremenda, una vivencia personal muchas veces terrible…

En primer lugar el inmigrante tiene que despedirse de todo aquello conocido, familia, amigos,… todo su entorno y rutinas, de su vida vamos. Y por supuesto de aquello tan humano que es la ilusión de encontrar un trabajo en su propio entorno. Echar raíces en su propia tierra, en su propio país…

Ni hablar del estrés que genera después de la despedida forzada, el miedo a lo que te vas a encontrar. Yo no sé si soy especial. No lo creo. Pero me pasa que ante cualquier circunstancia nueva me pongo nerviosa. Y dependiendo de lo nuevo que sea, y de lo importante, se genera en mí una desagradable ansiedad. Eso me sucede con cosas mundanas, imagínense tener que inmigrar. -¡Tela marinera!-. La ansiedad será en grado sumo.

Y cuando llegas y estas ya en tu nueva vida, las costumbres del lugar, las normas y leyes, las personas y su idiosincrasia propia… Y no hablo de arreglar documentos y toda esa maraña burocrática. Sino de todo el entramado de vivencias propias que conlleva. Bueno, y con su nivel de complicación harto estresante, por lo personal y por lo económico. Hablo más bien de las situaciones cotidianas, desenvolverte para tomar el transporte, para comprar, para buscar trabajo,… Ese miedo a que  pueda uno meter la pata, o a que le hagan un mal, el temor al desconocimiento de todo.

El caminar hacia adelante mirando hacia detrás

Y luego cuando empieza a pasar el tiempo llega la discordancia ante la realidad, el desencanto, el enfrentamiento de emociones. Porque uno decidió irse, emigrar, por lo que fuera… pero uno lo decidió  y pone todas las esperanzas en ello. Pero una vez en el lugar estás contrariado. Te asalta un pensamiento de querer estar y al mismo tiempo otro de querer regresar, o de nunca haber dejado tu otra vida. Y si a eso le añadimos que dieras en tu odisea con mala gente, prepárate porque vienen curvas pronunciadas de sufrimiento añadido, mucho sufrimiento.

La verdad es que no es plato de buen gusto lo de ser emigrante en tierra extraña por imperiosa necesidad. De plano no lo es. Simplemente porque en muchos lugares del mundo el que los recibe no es consciente del trauma que supone para la persona. 

Y no en todos lados, y no siempre, pero  lejos de empatizar, el que tiene delante al inmigrado muchas veces se aprovecha impunemente… un trago amargo,… duro y amargo….

No entiendo las fronteras, ni los bordes, que separan condiciones de vida humana. Pero menos entiendo a personas malvadas que no tienen medida para tratar como a un desperdicio a otro igual. No lo entiendo. No me cabe en la cabeza porque todos, en algún momento de nuestras vidas, podemos llegar a ser inmigrantes.

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